Releer a Poe me ha hecho pensar que, quizás, las lecturas que más nos influyen cuando somos niños son las que conectan, en cierta manera, con nuestra forma de ser. En mi caso, no sé de dónde procede este gusto por las casas viejas y misteriosas, de estructuras laberínticas, cuyos muros guardan las historias de todos los que las habitaron y ya no están. Mi padre también tenía una especial predisposición hacia los lugares abandonados, románticos y encantados, así que supongo que sus gustos influyeron en mi personalidad, y que las lecturas posteriores perfilaron, todavía más, mi identidad. Lo cierto es que estas obsesiones siguen ahí, y cada vez que escribo, quiera o no, salen a la luz recordándome la niña que fui.